Un día cualquiera, llegas a Granada. Aunque tu autobús llega con retraso. No importa, porque así tienes tiempo para llamar a tus padres y a tu pareja y decirles que todo va genial. Que llegaste a tu destino.
Al poner el primer pie en el suelo decides consultar tu móvil para llegar al hotel donde te alojas. De repente descubres que olvidaste el cargador y apenas estás sin batería. Pero cuando vas a poner el grito en el cielo, un local que te vió con cara despistada, te invita a que lo acompañes: la nueva linea de metro de la capital te espera para llegar a tu destino.
De repente cuando estás cerca del centro, te bajas en la parada equivocada. No importa, porque te encuentras a los pies de una maravillosa construcción: La catedral de Granada. Y desde allí, sigues a pie disfrutando de las mágicas y estrechas calles de la Alcaicería mientras te ofrecen ramitas de romero e respiras el dulce aroma de los comercios de especias.
Por fin, llegas al hotel y subes a tu habitación. Descubres que no te dieron cama de matrimonio. Que es una cama doble pero que tiene un pequeño balcón. Al abrirlo, la fortaleza roja frente a ti: unas vistas de quitan el aliento.
Estás cansado pero sabes que tu visita es breve. Así que te duchas rápido y sales a la calle con tu mochila. Perdido por el Albaicín encuentras bonitas casas encaladas con balcones repletos de coloridos geranios en flor. Te dices: “tengo que enviarles una …”. Olvidaste la cámara y de repente, un grupo de alemanes te piden que les hagas una foto. Una, dos, tres y hasta cuatro fotos …y unas risas. Te unes al grupo porque ellos sí saben a donde van. O eso creías tú.
Comienzas a sospechar que no es la dirección correcta. Que estáis subiendo más allá del Albaicín y de repente, una muralla. Y vais siguiendo su pared hacia arriba. Aunque al final, junto a una pequeña ermita, se escuchan voces, risas, guitarras flamencas y una luz única que te invita a girarte. Te encuentras en San Miguel alto y tienes ante ti, uno de los atardeceres más maravillosos del mundo con Granada entera a tus pies.
Tus compañeros temporales de paseo deciden quedarse allí un poco más. Tú, piensas que tienes que bajar a por el móvil, la cámara y además, avisar a tu familia.
Cansado de tanto caminar, ves una pequeña tasca y un tonel en la puerta con un taburete. Es una señal. Es el mejor momento para tomarte una cer.. “Lo siento, dice el mesonero. tenemos el grifo averiado. Si quiere, le podemos servir un buen vino de la tierra”. Mitad resignado, mitad curioso, accedes. Y te presentan un caldo del poniente granadino.
Y es en ese preciso instante cuando sientes que el tiempo se para. Desaparecen los turistas. Se vacían las calles y se ilumina la Ahambra casi para ti.
Sin cámara, sin móvil, perdido y sin avisar a tus padres y tu pareja. Y sin embargo te sientes bien: una copa de vino, Granada y tú.
Porque la vida está llena de pequeños e inolvidables momentos y hay que disfrutarlos hasta el final. Como un buen vino: saboreándolo porque siempre te sabrá a poco.